por Manlio
Dinucci
La matanza
perpetrada en las oficinas de la publicación satírica Charlie Hebdo,
en París, sigue despertando asombro entre los analistas y cronistas del
mundo entero. Mientras la prensa francesa denuncia a coro el terrorismo
islamista, observadores de otros países –como Manlio Dinucci, en el diario
italiano Il Manifesto– ven en ese crimen una manipulación
orquestada por los servicios secretos occidentales.
Red Voltaire | Roma (Italia) | 9 de enero de 2015
Se mueven y
disparan como verdaderos comandos. Nada de ráfagas, para no desperdiciar
municiones. Sólo uno a dos disparos para cada víctima, como el policía ya
herido y ultimado en el suelo de un solo tiro por el asesino que pasa a su
lado, vuelve al automóvil y, antes de abordarlo, recoge con toda calma un
zapato deportivo –que habría podido servir de prueba mediante un análisis de
ADN.
Sin embargo,
cuando esos mismos individuos, después de haber dado muestras de una
preparación digna de un comando de fuerzas especiales, cambian de vehículo, «olvidan»
en el primer auto –según la versión de la policía– un documento de
identidad. Y así firman oficialmente el atentado. En pocas horas, el mundo
entero conocerá sus nombres y sus biografías: «dos delincuentes de poca
monta, radicalizados, conocidos de la policía y los servicios de inteligencia
franceses».
Ante los
hechos que están siendo definidos como «el 11 de septiembre de Francia»,
no podemos menos que recordar lo sucedido en el momento del 11 de
septiembre estadounidense, cuando –sólo unas horas después del atentado contra
las Torres Gemelas– rápidamente circulaban los nombres y biografías de las
personas designadas como autores de los hechos y miembros de al-Qaeda. También
en Estados Unidos, en el momento del asesinato del presidente Kennedy,
el presunto asesino fue descubierto de inmediato. Y lo mismo sucedió en
Italia, con la masacre de la Piazza Fontana. Resulta por lo tanto legítima
la sospecha de que, detrás del atentado perpetrado en Francia, pueda estar
el largo brazo de los servicios secretos.
Los dos
presuntos autores de la matanza de París, si son ciertas sus biografías, pertenecen
al mundo subterráneo creado por los servicios secretos occidentales
–incluyendo los de Francia– que en 2011 financiaron, entrenaron y armaron
en Libia diversos grupos islamistas, que poco antes eran calificados
de terroristas.
Entre esos
grupos se hallaban precisamente los primeros núcleos del futuro Emirato
Islámico y los servicios secretos occidentales les proporcionaron
el armamento a través de una red organizada por la CIA –según
una investigación del New York Times publicada en marzo de 2013– cuando,
después de haber participado en el derrocamiento de Muammar el-Kadhafi, fueron
enviados a Siria para tratar de derrocar al presidente Assad y
posteriormente para atacar Irak, en el preciso momento en que el gobierno de
al-Maliki se alejaba de Occidente y se acercaba a Pekín y Moscú.
El Emirato
Islámico, nacido en 2013, recibe financiamiento de Arabia Saudita, Qatar,
Kuwait y Turquía, países que además –al igual que Jordania– le facilitan
el tránsito a través de sus territorios. Y no hay que olvidar que los países
que acabamos de mencionar son todos estrechos aliados de
Estados Unidos y de las demás potencias occidentales, incluyendo a
Francia. Lo cual no significa que la masa de miembros de los grupos
islamistas, a menudo provenientes de diferentes países occidentales,
tengan conciencia de esa complicidad. En todo caso, es altamente probable
que tras los terroristas se escondan agentes secretos occidentales y
árabes especialmente entrenados en la realización de ese tipo de operaciones.
Aún a la
espera de nuevos elementos que puedan aclarar el verdadero origen de la
masacre perpetrada en Francia, resulta lógico que nos preguntemos: ¿Quién se
beneficia con todo esto?
La respuesta
se deduce de lo que declaró Nicolas Sarkozy, quien –cuando era presidente de
Francia– fue uno de los principales artífices del respaldo a los grupos
islamistas que participaron en la guerra de agresión contra Libia. Sarkozy
calificó el atentado perpetrado en Francia de «guerra declarada contra la
civilización, cuya responsabilidad es defenderse».
Se busca así
convencer a la opinión pública de que Occidente está en guerra contra
quienes quieren destruir la «civilización» –lo cual implica
que es Occidente quien representa la «civilización»– y que por ello
tiene que defenderse aumentando sus fuerzas militares y enviándolas a todos los
lugares donde surja esa «amenaza».
Se trata así
de transformar el dolor de las masas por las víctimas de la masacre en
movilización a favor de la guerra.
El David, cubierto en Florencia
con un velo negro en señal de duelo, está llamado ahora a empuñar la
espada de la nueva Santa Cruzada.
Fuente
Il Manifesto (Italia)
Il Manifesto (Italia)
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ARTICULO SACADO DE: http://www.voltairenet.org/article186438.html
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