21 de junio de 2019
Os presento otro capítulo de
Cartas
a Ella,
el nuevo proyecto con el que estoy. En este caso se trata
del principio de una carta más larga dedicada al
cientifismo.
Como os expliqué en la presentación, estoy haciendo una serie de escritos
en formato carta. Narra en primera persona un abuelo, que se dirige a
su nieta Ella, que es una jovencita que se abre camino en la vida.
Mi querida Ella:
Desde que el ser humano lo es ha necesitado
comprender el mundo,
la realidad que le rodea. Para ello surgió la
Ciencia. Gracias
a la ciencia las personas han podido avanzar y comprender multitud de procesos,
de su propio organismo, de la naturaleza y de la vida en general. Ello ha ido
acompañado de un desarrollo tecnológico indiscutible y en general, eso ha
contribuido a que las personas puedan vivir una vida mejor. La ciencia ha
desarrollado métodos que la han convertido en la referencia para el
conocimiento del ser humano.
Queremos
saber y obtener verdades, es decir, necesitamos
comprobar que algo es cierto o que funciona y para ello necesitamos pruebas que
lo demuestren.
La ciencia es admirable y admirada. Y es lógico que así sea dado el
impresionante progreso que ha supuesto el
método científico.
La ciencia nos ha colocado en el mundo.
La imagen científica del hombre y del cosmos ha sido revolucionaria y a ella
se resisten sólo ignorantes y nostálgicos. Interrogantes que inicialmente eran
metafísicos han sido desplazados por la ciencia. ¿A dónde mirar para resolver
nuestros problemas sino a ella?
El buen científico y tú mi pequeña, como cualquier persona puedes (y debes)
serlo, ha de “dudar de todo”. Esa es o debiera ser la postura del método
científico que es la base del conocimiento hoy como te explico. Este nace de la
observación, la generación de una hipótesis que intente
explicar lo que sucede y su comprobación. Está muy bien como planteamiento
abierto al debate razonado y a la fuerza de los hechos. No basta con una teoría
aparentemente coherente de lo observable;
se necesita el aval empírico.
La Ciencia auténtica se basa en un método insensible a prejuicios por lo que
no basta con que alguien descubra algo; lo observado, lo experimentado, ha de
ser reproducible, comprobable por otros. Y es desde esos datos como se
destruyen, modifican o construyen teorías. Y esa debiera ser la postura de
cualquier persona, un
moderado escepticismo inicial hasta que
suficientes elementos de juicio orienten el planteamiento propio. ¿Que qué es
el cientifismo o cientificismo entonces, Ella? La
creencia en que la
ciencia es la única posibilidad de conocimiento y la única fuente de
esperanza.
Quizá el cientifismo más peligroso es el del reduccionismo simplista de todo
lo humano. Por ejemplo, el ver en la depresión o en cualquier estado de ánimo
sólo
un balance de neurotransmisores. Si bien es legítimo tratar de
encontrar componentes bioquímicos o alteraciones neurobiológicas subyacentes a
un trastorno psíquico, no lo es asumir sin más una causalidad simple no
comprobada.
El cientifismo ha calado en muchos ámbitos y el de la salud no es ajeno a
estas perversas influencias pues asistimos a una
medicalización
injustificable de la conducta de las personas y a una esperanza ciega
en que se acabarán encontrando los genes responsables o regiones cerebrales
afectadas cuando se detecta una posible enfermedad, aunque no exista una base
real que lo haga previsible.
En ese cientifismo inocente, casi infantil, yace la
negación de la
libertad y de la responsabilidad de cada cual. Uno sería como es “por
culpa” de sus genes, de las neuronas con que nació o por sus neurotransmisores
que están “averiados” y así sería comprensible e incluso predecible, mediante
la imagen cerebral funcional o el estudio genético de turno. Pero si bien el
comportamiento de una estrella es predecible, el de un ser humano no lo es
desde el conocimiento de sus genes y su entorno.
Te preguntarás cuales son las manifestaciones actuales más peligrosas del
cientifismo Ella. Yo pienso que el
ataque a la libertad.
Si creemos que estamos determinados por nuestros genes, que somos
manipulables
mediante psicofármacos y que la imagen cerebral da cuenta de lo que
nos ocurre y de nuestras creencias, de cómo sentimos o disfrutamos o pensamos o
si lo pasamos bien o mal, no somos responsables de nuestros actos.
Y esto no es ciencia ficción, ocurre hoy. Existe una demanda de diagnóstico
y tratamiento de situaciones que no son propiamente clínicas, algo facilitado
por la proliferación de
etiquetas médicas para todo y por la
creencia de que cualquier perturbación de nuestro estado de ánimo ha de ser
tratable en un contexto de
obligación de ser felices.
Pero las personas somos más complejas, somos subjetivas, eso que habrás oído
alguna vez de que cada persona es un mundo. Todos somos diferentes. Si pasamos
de ser una biografía a una mera biología, ya todo estaría dicho. Es la vía a la
alienación del ser humano. El cientifismo asume en general que ciencia equivale
a verdad y bondad. Y
en nombre de la ciencia asistimos a auténticas
aberraciones. No es lejano el tiempo de las lobotomías generalizadas
(premiadas con el Nobel en 1949).
Como explica el doctor en Medicina y jefe de la sección de Bioquímica del
Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña,
Javier Peteiro,
en su libro
El autoritarismo científico (Miguel Gómez Editores, 2010):
«La ciencia se ha convertido en el oráculo moderno, casi en una nueva
religión. La cantidad de tests prenatales disponibles aumenta progresivamente
induciendo a una selección negativa, es decir, a abortos; no es descartable en
absoluto a corto o medio plazo una selección positiva de los mejor dotados
genéticamente. La tentación eugenésica es evidente y recuerda claramente las
aspiraciones de mejora racial nazi».
La religión relaciona la humanidad a elementos sobrenaturales,
trascendentales o espirituales no demostrables. La ciencia mal entendida
acepta
por demostrado lo que no lo está. Sirve de propaganda social y de
marketing para quienes controlan el
mercado de la salud y
necesitan conferirle a su discurso “garantías científicas” para hacerlo más
creíble. Consiguen así hacer más vendibles sus productos, los aparatos y tratamientos
médicos que piden para comulgar sus feligreses.
Como explica el autor mencionado, uno de los pocos que ha tratado con tanta
claridad el cientifismo:
«Ocurre de modo aparentemente paradójico que el
cientificismo es
nocivo para la propia ciencia porque trata de hacerla más
‘científica’. Parece un juego de palabras pero no lo es.
Los investigadores profesionales viven de eso, de su trabajo científico.
Ahora bien, no todo el mundo puede investigar lo que quiere; hay proyectos
financiables y hay finalidades políticas y económicas que influyen en esa
financiación.
Y todo eso es regido en última instancia por criterios pretendidamente
científicos por medibles: calidad, excelencia, impacto, eficiencia…
La canalización ‘científica’ de las ayudas a proyectos, con sus comités de
expertos, cercena en no pocos casos la libertad y la creatividad que facilitan
el propio avance científico. La gente acaba así metida en líneas ‘productivas’,
es decir que conducirán a publicaciones en función de las cuales serán financiadas,
cerrando el círculo. El
cientificismo asfixia a la Ciencia».
Como ves Ella, vivimos en una época que hace necesario más que nunca el
debate, especialmente en el contexto del
ataque que se está haciendo a
la educación y especialmente a la humanística. En la creencia de que
la ciencia es el único saber, estamos asistiendo a un desprecio de lo
humanístico y a una pérdida de la universalidad que caracterizó alguna vez a
las universidades.
Los efectos de esa ignorancia de un saber fundamental como la Historia, la
Literatura o la Filosofía serán sin duda negativos. Lo triste es que se adoptan
políticas educativas deshumanizadoras a sabiendas, en la
creencia de que lo rentable en realidad es formar a técnicos flexibles, mano de
obra cualificada para el mercado laboral y no a personas críticas.
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¿Quién es Miguel Jara,
autor de este artículo?
El escritor y periodista Miguel
Jara y el abogado especialista en Derecho sanitario Francisco Almodóvar,
son los fundadores del Bufete Almodóvar & Jara, especializado
en daños provocados por medicamentos e intervenciones sanitarias, industria
farmacéutica, salud ambiental, asistencia a empresas del sector sanitario, etc.
Aquí
podéis ver nuestra completa página web.
Lo que lo diferencia de otros
despachos de abogados, además de la superespecialización, es que ofrece en
un solo bufete Consultoría y Asistencia Jurídica y Comunicación,
Prensa y Relaciones Públicas.
La estrategia jurídica y la de
Comunicación con la opinión pública van unidas. Ello ofrece valor
añadido a nuestros defendidos y a la sociedad.
Los valores que nos caracterizan: honestidad,
transparencia, búsqueda de la verdad, profesionalidad, calidad.
Nuestro despacho central está
en Madrid: c/ Goya 83, 7º D. 28021 Coordinador de letrados
Francisco Almodóvar Navalón. Abogado. Colegiado Ilustre Colegio de Abogados de
Madrid (nº Colegiado nº 75236).
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NOTA DEL AUTOR DEL BLOG:
Merece la pena visitar el blog de miguel Jara. Tiene una gran cantidad de artículos sobre los abusos farmaceúticos y otros muchos aspectos relacionados con la salud.