Manlio Dinucci
Contrariamente a Thierry Meyssan, Manlio Dinucci
no piensa que el presidente electo Donald Trump tenga intención, ni
tampoco poder para modificar la política exterior de Estados Unidos.
La derrota de Hillary Clinton es, en primer lugar, la
derrota del presidente Barack Obama quien, después de haberse lanzado en una
intensa campaña a favor de ella, ahora ve como el electorado
cuestiona su propia presidencia, cargo que él mismo había alcanzado
prometiendo –en 2008– que no respaldaría solamente a Wall Street
sino también al «Main Street», o sea al ciudadano medio.
A pesar de aquella promesa electoral, durante los
dos mandatos de Obama, la clase media estadounidense ha visto
empeorar su situación y aumentar la tasa de pobreza mientras que los ricos
se hacían cada vez más ricos. Ahora, presentándose como el paladín
de la clase media, es el outsider millonario Donald Trump quien
acaba de conquistar la presidencia.
¿Qué cambia este relevo en la Casa Blanca
en cuanto a la política exterior de Estados Unidos? Ciertamente,
no cambia el objetivo estratégico fundamental de Estados Unidos,
que es seguir siendo la potencia mundial dominante, una posición cada vez
más tambaleante. Estados Unidos está perdiendo terreno en el plano
económico, e incluso en el terreno político, ante China, Rusia y varios «países
emergentes» y es por eso que está poniendo su espada en la
balanza, lo cual explica la serie de guerras en las que Hillary
Clinton desempeñó un papel protagónico.
Como puede leerse en su autobiografía autorizada, fue
la señora Clinton quien –en sus tiempos de «first lady»–
convenció a su marido-presidente para desatar la guerra que arrasó
Yugoslavia, dando así inicio a la serie de «intervenciones humanitarias»
contra «dictadores» acusados de «genocidio».
Como puede verse en sus correos electrónicos, también
fue la señora Clinton quien –como secretaria de Estado– convenció
al presidente Obama para que desatara la guerra que acabó con Libia y
para que iniciara una operación similar contra Siria. También fue la
señora Clinton quien promovió la desestabilización interna
contra Venezuela y Brasil y el «pivot to Asia»
estadounidense con intenciones anti-chinas. Y fue igualmente la señora Clinton
quien, utilizando incluso la Fundación Clinton, preparó el terreno
en Ucrania para el putsch de la plaza Maidan, que inició la escalada de
Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Europa.
Dado el hecho que todo lo anterior no ha bastado
para frenar la pérdida de influencia de Estados Unidos, ahora le tocará a
la administración Trump corregir el tiro, tratando de alcanzar
el mismo objetivo. Es irrealista la hipótesis de que Trump tenga
intenciones de abandonar el sistema de alianzas creado alrededor de
una OTAN a las órdenes de Washington, aunque sí es muy probable que dé
un puñetazo en la mesa para lograr que los aliados incrementen
sus compromisos, sobre todo en materia de gasto militar. También
podría tratar de llegar a un acuerdo con Rusia, incluso para tratar de
separarla de China, país hacia el que ha anunciado la adopción de medidas
económicas, posiblemente acompañadas de un ulterior incremento de la presencia
militar de Estados Unidos en la región Asia-Pacífico.
Ese tipo de decisiones, que ciertamente conducirán a
nuevas guerras, no dependen del temperamento belicoso de Donald Trump sino
de los centros de poder a los que la Casa Blanca se somete.
Esos centros de poder son los colosales grupos
financieros que controlan la economía –hay que recordar que sólo el valor
de las acciones de las empresas cotizadas en la bolsa de Wall Street es
superior a todo el ingreso nacional de Estados Unidos.
Son las transnacionales, cuyas dimensiones económicas
sobrepasan las de Estados enteros, las que prefieren “deslocalizar” la
fabricación de sus productos para realizarla en los países que ofrecen la
fuerza de trabajo más barata, ocasionando así el cierre de fábricas en
Estados Unidos, con el subsiguiente aumento del desempleo, que
a su vez empeora la situación de la clase media estadounidense.
Son los gigantes de la industria bélica los que
se benefician con las guerras.
Es el capitalismo del siglo XXI, cuya máxima expresión
es precisamente Estados Unidos, el que crea una creciente
polarización entre riqueza y pobreza. Un 1% de la población mundial posee
más riquezas que todo el 99% restante.
Y a esa clase de súper ricos pertenece el presidente
electo de Estados Unidos, Donald Trump, a quien el primer ministro
italiano Matteo Renzi ya ha jurado fidelidad, como antes hizo con el presidente
Obama.
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FUENTE: http://www.elespiadigital.com/index.php/noticias/politica/15382-la-alternancia-del-poder-imperial
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