domingo, 28 de junio de 2020

Pandemia: ¿Qué piensa y cómo manipula la élite mundial imperial?


Viernes 26 de Junio de 2020

 
Carlos Santa María

La pandemia del coronavirus ha tenido un efecto socioeconómico disruptivo, y ha cerrado colegios y universidades en la mayoría de los países del mundo.

Para la gran mayoría de los siete mil ochocientos millones de habitantes que tiene el mundo denominado tierra, la aparición pública del COVID-19 ha sido considerada como imprevista, fortuita, la más grande catástrofe de la civilización, un virus peligroso que se extenderá hasta matar a 80 millones de habitantes, por cuya razón los gobiernos se han visto ‘obligados’ a cuidar la salud de sus nacionales a través de medidas de acuartelamiento y concentración que protejan primeramente a los “abuelitos”. Según este principio cada ser humano es un peligro para si mismo y su comunidad por lo cual debe ser controlado a cualquier costo, incluida su libertad.

Sin embargo, si la Corporatocracia, entendida como el grupo privado y gobiernos más influyente en la arena internacional y vinculado al dominio del mundo por cerca de dos siglos, ha decidido poner todos sus recursos para decretar y exagerar la denominada pandemia, debe tener algún sentido puesto que ellos no lo harían si no fuese una herramienta para sus propios intereses. De ningún modo se puede creer que estarían preocupados por la vida de la humanidad si nunca lo han hecho y no habrá motivo para ello mientras sus intereses sean contradictorios con la existencia de un planeta sano integralmente, incluyendo sus ocupantes.

Por ello, pese a que el análisis de dicha visión no ha sido profundizada, puede descubrirse sólidamente como interpretan sus intereses y el manejo de la pandemia.

Primero, siempre tuvieron claro que la nueva guerra híbrida será empleando todo tipo de armas que puedan aportar para la destrucción del competidor, en este caso, la gobernanza multilateral que hoy día implica Rusia, China, Irán, Venezuela, Siria, Corea del Norte, entre muchas otras naciones que comienzan a alinearse contra el Nuevo Orden Mundial Unilateral.

Para dicha acción, un virus sería un “enemigo desconocido” que podría derrotar a quienes desafían el poder casi omnímodo que poseen y también una extraordinaria medida para utilizar a su favor, independiente de las víctimas...como siempre ha sido su visión determinista.

Segundo, para evaluar los efectos y medidas que pudiesen ocurrir si un fenómeno de este tipo se presentara, se hicieron todas las pruebas necesarias a través de experimentación científica en el campo del geopoder (que incluye guerra biológica) y, especialmente, utilizando los MMdeD (Medios masivos de desinformación), imbricado a la industria de las mentiras. El cine en casa culpando a los chinos de asesinar a espías indios, el perfil feo de iraníes, rusos, venezolanos, sirios, todos ellos ligados al terrorismo, se vendió ampliamente. El simulacro de pandemia sobre corona virus realizada por Bill Gates en octubre 2019, confirmó la validez de la estrategia.

De allí que al unísono, los más de doce mil instrumentos radiales, televisivos, de prensa y redes organizados por Reuters, Associated Press y France Press, declararon a comienzos de año un peligro que destruiría la humanidad si no se contenía: el coronavirus, la COVID-19, misterioso engendro oriental similar a las pestes imparables, es decir, todo lo que se planteara para su control sería bienvenido en una zona de pánico mundial.

Tercero, una vez que el mundo comenzó a sentir temor indescriptible, acrecentado por los MMdeD, se lanzaron las medidas ya establecidas de antemano soportadas en numerosos ‘estudios’ y personalidades del campo médico según las cuales cualquier gobierno que no se preocupase de este demonio sería responsable de los millones de víctimas. Así, bajo la coacción de los presuntos expertos y con el espaldarazo de la OMS (Organización Mundial de la Salud), entidad de carácter privado financiada preferentemente por laboratorios industriales farmacéuticos y cuya misión jamás ha sido proponer el sistema público a ningún país como real solución a la problemática de la enfermedad, se logró decretar la pandemia.

La obra de George Orwell, 1984, donde se maneja a los ciudadanos a través del pavor, con espías del pensamiento subversivo (chuzadas telefónicas),  telepantallas, fuerte propaganda del partido único Ingsoc ( ‘nosotros cuidamos de ti’), enclaustrados y con avisos en todos lados, fue considerada la mejor solución y se adoptó inmediatamente sin debate internacional.  La normativa nazi del campo de concentración enriquecida por las experiencias palestinas del sionismo, junto al Panóptico de Jeremy Bentham como estructura carcelaria, cuyo objetivo es observar todos los movimientos del prisionero que está recluido en su celda-casa (toque de queda), quien al no saber si los observan o no vive en paranoia permanente, parecen ser elementos bases para ‘cuidar la salud de los abuelitos’ y los niños.

Cuarto, lo previsto resultó. Las inmensas ganancias económicas y políticas en este periodo de las empresas farmacéuticas, de la bolsa, de los MMdeD, la industria armamentística, el aumento de las riquezas de billonarios y la banca transnacional, el control de las protestas, la detente a elecciones transformadoras, el miedo como factor de control mental y físico, se hicieron imparables, auspiciadas por la corrupción.

Desde esta concepción del destino manifiesto de las élites occidentales donde los ‘milagros’ ocurren, la muerte de miles es ‘colateral y necesario’. Además, todos los recursos supuestamente gastados serán ejecutados por los estados para beneficiar a la empresa privada por lo que, quien se declaró en quiebra o fue afectado, tendrá ‘alivios financieros’ (regalo de capitales) del presupuesto público. Por el contrario, aumentará el endeudamiento del estado debido presuntamente al COVID-19 que implicará deuda externa negociable con la soberanía.

Quinto, pero unido al espanto y el control se desnudó la pobreza en que vivía la mayor parte de los habitantes del mundo capitalista, sin ahorros, con hambre y trabajos mal pagos o desempleo disfrazado, presuntamente bajo el cuidado de sus gobernantes buenos. La represión con la ‘policía del pensamiento’ fue brutal y EE.UU. no pudo ocultar su origen cruel siendo impedido de hablar a nombre del “Mundo Libre”.

En esta etapa actual son muchos los pensadores críticos de la salud y el poder que han demostrado el negocio hospitalario de la pandemia (el pago por cama UCI, por ejemplo), las medidas anticonstitucionales al impedir la libertad basado en un supuesto cuidado y ha sido un detonante comprobarse el falso grado de letalidad del Covid-19, pues es inferior prácticamente a todas las enfermedades graves que han sido masivas. En Ginebra, sede de la OMS, cuya entidad instauró la pandemia, no existen prohibiciones ni mascarillas para impedir disfrutar el verano. Suecia demostró que la muerte de 4500 personas en seis meses equivale a un porcentaje menor al O,9% de mortalidad.

Y las naciones soberanas con un alto grado de solidaridad al aplicar las medidas transitorias previniendo el contagio y con medidas de bioseguridad de sus nacionales respetadas plenamente, demostraron al mundo su conocimiento y conciencia, revirtiendo la tendencia.

Las conclusiones son férreas: los gobiernos si desean cuidar realmente la salud de sus pueblos deben realizar una transformación del sistema de salud incentivando un presupuesto que haga de lo público la excelencia. No hacerlo indica su falsedad.

De igual modo, la creencia que la pandemia permitiría a los gobiernos autoritarios de la Corporatocracia seguir invadiendo naciones al estar concentrado el planeta en el pánico, se derrumbó, ya que se han visto obligados a retroceder y aumentar la vergüenza al ser humillados por los barcos gasolineros de Irán en Venezuela pese a las constantes amenazas de atacarlos, lo que no pudieron hacer debido a su debilidad frente a autoridades dignas y valientes.

La élite mundial aprovechó la pandemia económicamente para construir un ejército de reserva trabajador, aunque no entendió la respuesta consciente que se avecina. Es que siempre que los déspotas intenten realizar su camino incorrecto, los tiempos aseguran que la Equicracia parece acercarse rápidamente pese a sus designios.

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lunes, 8 de junio de 2020

¡Basta ya de “consenso”!‎


por Thierry Meyssan

Los médicos y los políticos que han hechos largos estudios son teóricamente científicos. ‎Pero en la práctica son pocos los que actúan como científicos. En este momento, ‎nadie quiere hacerse responsable de las medidas, supuestamente sanitarias, impuestas a ‎la población –confinamiento, distanciamiento social, uso obligatorio de mascarillas ‎quirúrgicas y de guantes, etc. Todos se esconden tras decisiones de tipo colegial e ‎invocan “la Ciencia” y “el Consenso”.‎

Red Voltaire | Damasco (Siria) | 2 de junio de 2020 

Francia: De izquierda a derecha, el ministro del Interior, el primer ministro y el ministro ‎de Salud (los 3 personajes con corbata) anuncian una serie de medidas que violan ‎la Constitución y ceden la palabra al presidente del Consejo Científico sobre el Covid-19 y del ‎Comité Nacional de Ética (al centro, sin corbata) para que aporte su “bendición científica”.‎

Colegialidad de fachada
La epidemia de Covid-19 cogió desprevenidos a los responsables políticos, que habían olvidado su ‎principal función: garantizar la protección de sus conciudadanos. ‎

Llenos de pánico, esos responsables políticos recurrieron a ciertos gurús, principalmente al ‎matemático británico Neil Ferguson del Imperial College [1] y al ‎médico estadounidense Richard Hatchett, ex colaborador del secretario de Defensa Donald Rumsfeld y actual jefe de la CEPI (Coalition for Epidemic ‎Preparedness Innovations) [2]. Y, al anunciar las decisiones, los políticos invocaron a esos científicos para ‎justificarlas y se escudaron en la aprobación de personalidades con cierta autoridad moral. ‎

El resultado fue que en Francia –país laico por excelencia– el presidente Emmanuel Macron ‎se rodeó de un Consejo Científico para el Covid-19, conformado principalmente con ‎matemáticos y médicos, bajo la autoridad del presidente del Comité Consultativo Nacional de ‎Ética. ‎

Es de público conocimiento que los científicos no estaban de acuerdo entre sí sobre la manera ‎de enfrentar la epidemia. Por consiguiente, al conformar el «Consejo Científico» se excluyó a ‎los científicos que el gobierno no quería escuchar para dar la palabra únicamente a aquellos ‎cuyo discurso parecía “apropiado”. Por otro lado, la nominación de una personalidad “moral” ‎para encabezar ese dispositivo tuvo como objetivo justificar una serie de decisiones que afectan ‎las libertades ciudadanas presentándolas como decisiones necesarias, a pesar de que contradicen ‎la Constitución de la República. ‎

Dicho de otra manera, este “Consejo” fue sólo una pantalla destinada a cubrir la responsabilidad ‎del presidente de la República y del gobierno. Por cierto, es necesario recordar aquí que ‎ya existían una administración de la Salud Pública y un Alto Consejo de Salud Pública, mientras ‎que la creación del nuevo Consejo no tiene ninguna base legal. ‎

Los debates sobre la manera de enfrentar la epidemia y los tratamientos aplicables cayeron ‎rápidamente en el mayor desorden. El presidente Macron designó entonces una segunda ‎instancia –un Comité de Análisis en Investigación y Experticia, supuestamente encargado de ‎poner orden. Lejos de ser un foro científico, ese nuevo Comité defendió las posiciones de la CEPI, ‎en contra de la experiencia de los médicos clínicos. ‎

El papel de los responsables políticos es estar al servicio de sus conciudadanos, en vez de ‎limitarse a gozar de los automóviles oficiales del Estado y de pedir auxilio cuando caen en pánico. ‎El papel de los médicos es ocuparse de sus pacientes, en vez de perder el tiempo en seminarios ‎de dudosa utilidad en las playas de las islas Seychelles. ‎

El caso de los matemáticos es diferente. Su papel consiste en cuantificar observaciones, pero ‎algunos de ellos desataron el pánico para apropiarse una parte del Poder. ‎

La política y la medicina como ciencias
Sea o no del agrado de políticos y médicos, el hecho es que la política y la medicina son ciencias. ‎Pero durante los últimos años tanto la política como la medicina han sucumbido al interés ‎monetario, convirtiéndose así en las ocupaciones más corruptas de Occidente –seguidas de cerca ‎por la actividad periodística. No abundan los políticos o médicos capaces de poner en tela ‎de juicio lo que supuestamente “saben”, a pesar de que ese proceso de constante ‎cuestionamiento debe ser la cualidad básica de todo científico. A lo que se dedican ahora es a ‎‎“hacer carrera”. ‎

La ciudadanía no sabe defenderse de esta degradación de nuestras sociedades. En primer lugar, ‎los ciudadanos estiman que tienen derecho a criticar a los responsables políticos. Pero, ‎extrañamente, no se creen con derecho a hacer lo mismo con los médicos. En segundo lugar, la ‎muerte de un paciente puede llevar la ciudadanía a recurrir a los tribunales contra los médicos… ‎pero nadie denuncia la corrupción de los médicos por parte de la industria farmacéutica. ‎Sin embargo, la existencia de esa corrupción está lejos de ser un secreto: es también de público ‎conocimiento que las transnacionales farmacéuticas disponen de enormes presupuestos y de ‎gigantescas redes de cabilderos, capaces de alcanzar a cualquier médico en los países ‎desarrollados. Al cabo de años de ese rejuego, las profesiones médicas han perdido el verdadero ‎sentido de su profesión. ‎

Algunos políticos protegen a sus países. Otros no. 

Hay médicos que se ocupan de sus pacientes. Otros se ocupan sobre todo de ganar dinero. ‎

En algunos hospitales, los pacientes sospechosos de haber contraído el Covid-19 tenían 5 veces ‎más posibilidades de morir que en otras instalaciones de salud, a pesar de que los médicos que ‎debían ocuparse de ellos habían seguido exactamente los mismos estudios y disponían del mismo ‎material. ‎

La ciudadanía debe exigir que se den a conocer los resultados concretos de cada instalación ‎hospitalaria. ‎

El profesor francés Didier Raoult se ocupa con éxito de personas que han ‎ contraído enfermedades infecciosas, éxito gracias al cual pudo construir el instituto que hoy dirige ‎en Marsella. La profesora, también francesa, Karine Lacombe trabaja para la transnacional ‎estadounidense Gilead Sciences, lo cual le valió convertirse en jefa del servicio de enfermedades ‎infecciosas del hospital Saint-Antoine, en París. Gilead Sciences es la empresa estadounidense que ‎tuvo como presidente a un tal… Donald Rumsfeld –otra vez aparece este nombre– y que produce ‎los medicamentos más caros y a menudo menos eficaces del mundo. ‎

Para ser más claro aún, no estoy diciendo que los médicos en general sean corruptos sino que ‎se hallan bajo la dirección de una serie de “mandarines” y de una administración ampliamente ‎corruptos. Ahí reside el problema de los hospitales franceses, que obtienen resultados mediocres ‎a pesar de que disponen de un presupuesto muy superior al de la mayoría de los demás países ‎desarrollados. No es una cuestión de dinero sino de adónde va ese dinero. ‎

La prensa médica ya no es científica
La prensa médica ha dejado de ser científica. No me refiero a las cuestiones oscuramente ‎ideológicas denunciadas en 1996 por el físico Alan Sokal [3] sino al hecho que el 75% de los artículos que ‎se publican ahora son inverificables. ‎

De manera casi unánime, los grandes medios de difusión participaron en una campaña de ‎intoxicación en favor de un estudio publicado en The Lancet, estudio que condena el protocolo ‎de tratamiento contra el Covid-19 utilizado en Marsella por el profesor Didier Raoult mientras ‎que abre el camino al medicamento de Gilead Science, el Remdesivir [4]. ‎No importó que el estudio no se basara en casos escogidos al azar, que no sea verificable, ‎ni que su principal autor –el doctor Mandeep Mehra– trabaje en el hospital Brigham de Boston ‎precisamente en la promoción de Remdesivir, todo lo cual indica que el estudio en cuestión ‎no es lo que pudiera llamarse “imparcial”. Sólo el Guardian fue un poco más lejos y señaló que ‎los datos utilizados en la realización de ese estudio están manifiestamente falsificados ‎‎ [5].‎

Cualquiera que lea ese «estudio» tendría que preguntarse ¿cómo es posible que The Lancet, ‎que tiene la reputación de ser una «prestigiosa revista científica», haya podido publicar una ‎superchería tan burda? Pero, ¿no hemos encontrado antes supercherías idénticas en las ‎publicaciones políticas «de referencia», como el diario estadounidense The New York Times y ‎el francés Le Monde? Basta señalar que The Lancet es publicado por el principal editor médico ‎del mundo, el grupo holandés Elsevier, que amasa jugosas ganancias vendiendo artículos a ‎precios astronómicos y creando falsas publicaciones científicas redactadas de cabo a rabo por la ‎industria farmacéutica para vender sus productos [6].‎

Hace poco denuncié en este sitio web la operación de la OTAN tendiente a favorecer, mediante ‎la manipulación de motores de búsqueda en internet, ciertas fuentes de información “confiables” ‎en detrimento de otras [7]. El hecho es que el mero nombre de ‎un editor o de un medio nunca constituye una garantía definitiva de competencia o de sinceridad ‎en materia de información. El público debe juzgar cada libro, cada artículo en función de su ‎contenido real y aplicándole el máximo rigor de su espíritu crítico. ‎

El «consenso científico» contra la ciencia
Hace años que los científicos diplomados han dejado de interesarse por la ciencia y prefieren ‎acogerse al consenso de su profesión. Ese fenómeno ya pudo verse en el siglo XVII, cuando los ‎astrónomos de aquella época se concertaron en contra de Galileo. Como no podían hacerlo ‎callar, recurrieron a la iglesia y esta lo condenó a pudrirse en la cárcel de por vida. Con esa ‎acción, Roma imponía el «consenso científico». ‎

Algo similar ocurrió hace 16 años, cuando la justicia de París rechazó todas mis denuncias contra ‎grandes diarios que me difamaban sin otro argumento que la afirmación según la cual lo que yo ‎escribía no podía ser cierto… porque el «consenso periodístico» decía lo contrario. Pero ‎nadie podía echar abajo las pruebas que yo esgrimía. ‎

Es también en nombre del «consenso científico» que el público sigue creyendo en el ‎‎«calentamiento climático», creencia promovida por la ex primer ministro británica Margaret ‎Thatcher [8]. Pero nadie toma en cuenta los ‎numerosos debates científicos sobre ese tema. 

La verdad no es una opinión sino el fruto de un proceso de búsqueda. La verdad no se determina ‎por votación y siempre hay que preguntarse si es realmente cierta. ‎

 [1] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.
[2] «Covid-19 y “Amanecer Rojo”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril ‎de 2020.
[3] Impostures intellectuelles, Alan Sokal ‎y Jean Bricmont, ediciones Odile Jacob, 1997.
[4] “Hydroxychloroquine or ‎chloroquine with or without a macrolide for treatment of COVID-19: a multinational registry ‎analysis”, Mandeep R. Mehra, ‎Sapan S. Desai, Frank Ruschitzka, Amit N. Patel, The Lancet Online, 22 de mayo de 2020.
[5] “Questions raised over hydroxychloroquine study which caused WHO to halt trials for Covid-19”, Melissa Davey, ‎‎The Guardian, 28 de mayo de 2020.
[6] “Elsevier published 6 fake journals”, ‎Bob Grant, The Scientist, 7 de mayo de 2009.
[7] «La Unión Europea, la OTAN, ‎NewsGuard y la Red Voltaire», ‎por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de mayo de 2020.
[8] «1997-2010: La ecología financiera», por Thierry Meyssan, ‎‎Оdnako (Rusia), Red Voltaire, 28 de abril de 2010.

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