Juan Carlos Escudier
Pese a mi insultante juventud, llevo más de veinte
años juntando letras, posiblemente porque nunca he sabido hacer otra cosa.
En Diario 16 me enseñaron el oficio y en El Mundo lo
puse en práctica. En ese tiempo aprendí todo lo bueno de esta profesión y todo
lo malo, que no es poco. En El Confidencial me hicieron adjunto al director y
me dejaron opinar. Y más tarde, en 20 Minutos me puse a perseguir políticos
hasta que se acabó el dinero.
He escrito dos libros, pero para hacer todo en la vida
me falta tener un hijo y plantar un árbol. De momento, voy ensayando con
macetas. Hay cosas que, como Bartleby, el escribiente de Melville, preferiría
no hacer. Pero esa es otra historia.
Todo es muy difícil antes de ser sencillo salvo en lo
relativo al recibo de la luz, que, en contra de lo que pudiera parecer, es
más simple que el asa de un cubo. Para entender por qué sube la electricidad en
España o por qué su precio es escandalosamente alto en relación a otros países
europeos no hay que pretender conocer los entresijos de una factura
incomprensible o aprender desde pequeños la diferencia entre la parte regulada
de la tarifa y la liberalizada, los peajes del sistema, la potencia instalada o
el déficit tarifario. Lo que hay que saber es que el supuesto mercado libre es
una milonga, un sistema oligárquico controlado por cinco empresas montado para
que se forren en cualquier circunstancia. Así de sencillo.
Tenemos un ministro de Energía, Álvaro Nadal, que nos
ha explicado unas cuantas razones de por qué el precio de la luz cabalga
desbocadamente hacia nuestros bolsillos y ha profetizado que el espectáculo
hípico nos costará 100 euros más al año. Dice Nadal que el precio sube porque
hace frío, no llueve y hace viento, porque el petróleo es más caro y porque
Francia tiene muchas nucleares pasando la ITV y nos compra energía barata
haciendo que aquí suba. Súmese a esto que los consumidores han de pagar durante
25 años una deuda con las eléctricas de varios miles de millones de euros y
obtendremos la resultante: la factura de la luz será en enero la segunda más
cara de la historia.
Tal y como se ha ideado el sistema, el precio final
camina sobre dos patas. La primera es la regulada, la suma de los impuestos y
del coste de transportar la electricidad desde donde se produce hasta la
lámpara del salón. Incluye también algunas partidas insólitas. Se paga a las
compañías por su capacidad, es decir por sus instalaciones, produzcan o no. Y
se compensa a las grandes industrias por algo bautizado como coste de
ininterrumpibilidad, más de 500 millones al año, por si en un momento de picos de
consumo hubiese que cortarles el cable, algo que no se ha producido en más de
una década. Esta pata sube lo que le da la gana al Gobierno, que suele ser poco
para disimular.
La segunda es la liberalizada, y se determina con una
subasta que antes era trimestral y ahora es diaria. Si la ley de la oferta y la
demanda funcionase, en condiciones meteorológicas favorables y de baja demanda
el precio debería bajar con la misma intensidad que sube cuando no lo son. Y
como esto no ocurre, hay que deducir que todo es una farsa y que la supuesta
competencia es una broma gigantesca.
El propio mecanismo de la subasta es alucinante. Una
vez que se establecen las necesidades de consumo, las eléctricas avanzan qué
megavatios pueden ofrecer y de dónde proceden. El precio del megavatio sube o
baja hasta que oferta y demanda casan. A coste cero entran en las pujas la
energía nuclear (las centrales están amortizadas) y las renovables. Ordenadas
de menor a mayor precio, les siguen las centrales hidráulicas, las de gas de
ciclo combinado y, finalmente, las térmicas alimentadas por carbón, las más
costosas. El precio que se fija es de la energía más cara en entrar al sistema.
Es lógico pensar que, en condiciones favorables,
habría días en las que bastaría con usar la energía de las nucleares y de las
renovables para atender a las necesidades previstas por lo que el precio
tendría que ser cero, pero esto nunca ocurre. ¿Por qué? Pues porque las
eléctricas siempre se las arreglan para ofertar ligeramente por debajo de la
demanda prevista para cubrir ese excedente con térmicas o centrales de gas, que
son las que acaban determinando el precio. La trampa es permanente y tiene
hasta un nombre en inglés: los windfall profits o beneficios caídos del cielo.
¿Se funciona igual en otros países? Pues no. Mientras
que aquí el precio se determina en 80% por el mercado y un 20% a plazo, en
Alemania, por ejemplo, el porcentaje es justamente el inverso. Los alemanes
saben un año antes (a plazo) el precio al que pagarán más de las tres cuartas
partes de la electricidad que consumen mientras que en España las subastas y
sus trampas son diarias.
Pero es que hay más. Desde que España es exportadora
neta de electricidad la factura de la luz no ha dejado de crecer. De eso el
ministro Nadal no dice nada, lógicamente. La explicación hay que buscarla en
esas directivas europeas, moduladas según los intereses de Francia y Alemania,
que son las que aprovechan que toda la energía que importan no incluya la
inmensa mayoría de los costes asociados. Es decir, los consumidores españoles
financian la energía barata que vendemos a mayor gloria de franceses y
alemanes, sí, pero también de nuestras compañías eléctricas que se aseguran la
presencia en esos mercados y dan salida a su exceso de potencia instalada.
Así que ya saben por qué la electricidad en España es
cara y lo será más en los próximos días y semanas. Porque no llueve ni hace
viento. Sencillo.
Fuente: Público
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PUBLICADO EN: http://www.elespiadigital.com/index.php/noticias/politica/16000-la-gran-estafa-de-la-electricidad-en-espana
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