por Georgy Voskresensky
Europa es,
según dicen, un modelo de libertad. Pero Washington mantiene a los dirigentes
europeos bajo su más estricto control. Cualquier voz discordante es blanco de
un inmediato castigo y se le hace saber sin miramientos que tiene que
volver a unirse al coro. La mayoría de las veces eso sucede fuera de
la mirada pública. Pero a veces el Big Brother estadounidense
se ve «obligado» a utilizar la opinión pública como testigo.
Georgy Voskresensky nos recuerda los ejemplos más recientes.
Red Voltaire | Moscú (Rusia) | 20 de febrero de 2015
Anonymous apareció por primera vez en
internet en 2003 como un grupo de hackers activistas defensores de
la libertad de expresión que operaba como un «cerebro digital global
anarquista».
En realidad es un instrumento, o más bien un arma
destinada a ser utilizada en la guerra de la
información. Y
la considerable ventaja de esa arma es que muy a menudo resulta
difícil saber quién está detrás de su uso.
Para nadie
pensaba en ese problema en 1993, cuando se tomó la foto –publicada
por Anonymous– en la que aparece Angela Merkel visitando el Club
Elbterrassen, donde se reunió con varios skinheads y con otros
personajes, entre ellos uno que hacía el saludo nazi [1].
Berlín
presentó algunas explicaciones de circunstancia. Pero el problema
no residía ahí. Una foto captada hace más de 12 años acaba de
ser publicada el 9 de febrero de 2015, justo antes de la llegada de Angela
Merkel a Washington y precisamente después de su encuentro con el presidente
francés Francois Hollande y con el presidente ruso Vladimir Putin, reunión que
duró varias horas.
Al publicar
la foto, Anonymous preguntaba si
se podía confiar la dirección de Alemania a una mujer política que fue miembro
de la Juventud Libre Alemana –organización de la juventud socialista en la
ex República Democrática Alemana–, que fue espía de Berlín Este y que se
reunía con nazis [2].
Antes del
ataque mediático se había producido un importante acontecimiento: la
canciller alemana había expresado su oposición a la idea de suministrar
armamento letal a Ucrania.
El 7 de
febrero, Angela Merkel había hecho uso de la palabra en Munich, durante la
Conferencia de Seguridad para decir que: «la situación en Ucrania
no mejorará suministrando más armas.»
La canciller
alemana reiteró esa declaración cierto número de veces en sus recientes
viajes a Estados Unidos y Canadá.
En
Estados Unidos, los primeros en responder fueron el senador John
McCain y la secretaria de Estado adjunta Victoria Nuland. El senador
McCain comparó las conversaciones entre Merkel, Hollande y Putin con la reunión
entre Neville Chamberlain y Adolf Hitler. Y la señora Nuland, como
de costumbre, utilizó un lenguaje particularmente obsceno para calificar a
la dirigente del principal Estado europeo.
Es
importante recordar que los servicios de inteligencia estadounidenses
se dedican desde hace mucho tiempo a recolectar, por todos los medios,
todo tipo de informaciones utilizables en contra de la canciller alemana.
En octubre de 2013 se supo que la NSA (National Security Agency)
tenía interceptado el teléfono personal de la señora Merkel y el hecho que
esa agencia estadounidense de espionaje tenía bajo vigilancia a la canciller de
Alemania dio lugar a un enorme escándalo.
Angela
Merkel explicó entonces que no esperaba ni exigía ningún tipo de
excusa en particular pero que aquel asunto abría una importante brecha en
la confianza mutua y fueron necesarios importantes esfuerzos para tratar de
restaurarla. Las promesas no bastaban y la situación imponía cambios.
En tales circunstancias, la canciller difícilmente podía calmar
la indignación generalizada.
Pero Washington hizo oídos sordos a
las palabras de Merkel. Finalmente, el escándalo fue enterrado y no hubo
verdaderos cambios.
Pero Angela
Merkel no es la única que ha sufrido en carne propia las prácticas de
Washington sobre la «libertad de expresión» de los líderes europeos,
sobre todo cuando se trata de Rusia. Los ejemplos no escasean.
Hungría,
bajo la dirección de su primer ministro Viktor Orban, ha firmado con Rusia un
contrato para terminar 2 centrales nucleares en construcción a
100 kilómetros de Budapest. Estados Unidos adoptó inmediatamente una
serie de sanciones contra Hungría. Y el senador McCain, siempre dispuesto
a ser el primero en desenfundar el revólver, calificó al primer ministro
húngaro de «dictador fascista». Por supuesto, el presidente Putin
iba a visitar Budapest el 17 de febrero.
Washington
tampoco ve con buenos ojos la posición de Milos Zeman, el presidente de la
República Checa, quien se atrevió a pedir pruebas de la supuesta presencia
de tropas rusas en Ucrania y exhortó a Estados Unidos y la Unión
Europea a poner fin a las sanciones [contra Rusia]. Estados Unidos utilizó
de inmediato sus redes en la República Checa para iniciar una intensa
campaña tendiente a desacreditar al presidente Zeman.
Como primer
ministro de Italia, Silvio Berlusconi nunca vaciló en señalar que la
comprensión mutua entre Rusia y Estados Unidos constituye una necesidad
para la estabilidad de Europa. Berlusconi llegó a declarar que
Estados Unidos había actuado de manera irresponsable al desplegar
misiles «defensivos» en Polonia y en la República Checa,
al reconocer la independencia de Kosovo y al empujar Georgia y
Ucrania a unirse a la OTAN.
Dominique
Strauss-Kahn, ex director del FMI, también fue víctima de una provocación
planificada con mucha antelación y organizada en su contra en suelo
estadounidense, donde fue acusado de haber violado a una camarera negra
durante una estancia en Nueva York [3]. Y fue sometido a juicio en
Estados Unidos. Posteriormente se supo que la camarera había mentido,
información que pasó completamente inadvertida. Pero Strauss-Kahn perdió
su puesto a la cabeza del FMI y no pudo presentarse a la elección
presidencial en Francia.
Orban,
Zeman, Berlusconi, Strauss-Kahn y ahora la señora Angela Merkel han sido blanco
de los ataques “quirúrgicos” de las armas mediáticas estadounidenses contra los
políticos europeos que Washington considera demasiado independientes en materia
de política exterior.
El establishment
estadounidense estima que Europa tiene que mantenerse alineada y seguir la
política exterior de Estados Unidos al pie de la letra. Para las
élites de Washington, sólo así puede alcanzarse la perfección en materia de
cooperación transatlántica. Justo después de su encuentro con Angela Merkel, el
president Obama explicó en una entrevista a Vox.com que
Estados Unidos está obligado a tener «el ejército
más poderoso del mundo». Y agregó:
«A veces
tenemos que torcerle un poco el brazo a ciertos países que no quieren
hacer lo que les pedimos.» [4].
El carácter
básicamente brutal de esa declaración no deja lugar a dudas sobre el
hecho que Estados Unidos está dispuesto a «torcerle el brazo» a
cualquier aliado que no comparta sus puntos de vista sobre los
diferentes problemas del mundo.
Los aliados
(¿vasallos?) europeos o asiáticos pueden estar seguros de que
así será. El presidente turco Erdogan parece ser el próximo en la lista. Washington
no le perdona haber firmado con Putin el acuerdo sobre el gasoducto «Turkish Stream» [5].
Y ya
se oye claramente el tictac del reloj.
Fuente
Strategic Culture Foundation
Strategic Culture Foundation
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ARTICULO
PUBLICADO EN: http://www.voltairenet.org/article186803.html
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