Que los derechos fundamentales sean afectados y la respuesta ciudadana consista en aplaudir la decisión es señal de que la psicosis colectiva ha madurado lo suficiente.
Vox fue el primer grupo parlamentario en pedir al gobierno el establecimiento del Estado de Alarma. También fue el primero en pedir el cierre de fronteras a vuelos procedentes de países donde el coronavirus se había hecho fuerte.
Finalmente, el 14 de Marzo comenzó la suspensión del derecho a la libre
circulación de los españoles, excepto para los relacionados con actividades
consideradas esenciales. La palabra confinamiento se hizo de uso común y en
España se estableció la ilegalidad como forma de gobierno. Desde el comienzo,
desde el minuto uno; porque el Estado de Alarma no permite la supresión de
ningún derecho fundamental, sólo limitar la libertad de circulación y reunión
en horas y zonas concretas. El confinamiento fue una medida ilegal. Es
importante resaltar este hecho porque es de una enorme gravedad. La primera
consecuencia de esta ilegalidad consentida es que la policía y la Guardia Civil
reprimieran a personas por el único hecho de dar un paseo, ir a un supermercado
algo más alejado, montar en bici o, simplemente, estar sentado a la puerta de
su casa sin que hubiera persona alguna en varios metros a la redonda ¿Dónde
estaba el peligro de contagio?
Durante este tiempo, a los españoles se les ha suspendido la libertad de
residencia, circulación, reunión y manifestación, en virtud de una aplicación
del Estado de Alarma excedida en sus atribuciones.
Había formas de haber enfrentado la crisis sanitaria sin necesidad de
violentar el ordenamiento jurídico.
Que el poder se acostumbre a ser irrespetuoso con la Constitución sabiendo
que cualquier recurso al TC tardará años en resolverse debería ser una pésima
noticia para todo ciudadano de un Estado de derecho, independientemente de su
preferencia ideológica. En ese período la nación política, supuestamente
soberana, estará al albur de la voluntad caprichosa de cualquier ejecutivo, lo
que denota un pésimo diseño en la efectiva protección de los derechos
fundamentales.
Gracias a una psicosis colectiva muy bien diseñada, condicionando el
comportamiento general, se ha sentado un precedente peligroso e innecesario.
Goebels supervisaba la construcción de los campos de concentración nazis.
Al recibir los planos de uno de ellos se encontró con una pregunta:
-¿Cuántos soldados cree Ud. que serían necesarios para custodiar el
recinto? - Goebels estimó que su capacidad rondaría los 10.000 prisioneros.
-50 –fue su respuesta.
-¿No le parece que habrá mucha desproporción entre soldados y prisioneros?
–argumentó el encargado del campo; Goebels zanjó el debate de la siguiente
forma:
- De cada 1.000 prisioneros sólo uno intentará oponerse a la disciplina
interna. El resto cumplirá y colaborará para mantener el orden; su instinto de
supervivencia les hará actuar así. La misión de los soldados es detectar a los
rebeldes potenciales y destruirlos. Por eso, aunque con 10 sería suficiente,
dispondrán de 40 más.
Tal y como corroboró Solomon Asch en su famoso experimento, la complacencia
social es un fenómeno gregario de emulación donde la mayoría arrastra a la
minoría a actuar de una forma determinada.
Otra característica del accionar del grupo es la obediencia ciega a la
autoridad.
El abogado Luis de Miguel Ortega, especialista en derecho sanitario y
persona incómoda por denunciar la corrupción sanitaria o las técnicas
utilizadas en la corrupción médico-farmacéutica, nos recuerda, cómo Stanley
Milgram, tras otro reconocido experimento, llegó a la siguiente conclusión:
“El 80% de la población carece de recursos psicológicos y morales para resistirse
a una orden o instrucción de la autoridad, sin importar el tipo de orden o
instrucción”
A partir de esta conclusión, de Miguel Ortega afirma:
“Ese 80% de personas obedecerá ciegamente a la autoridad aunque implique el
arresto domiciliario, la eutanasia, la violencia gratuita o el asesinato. Sólo
el 20% de la gente posee la capacidad de ser crítica con el poder y desobedecer
en distintos grados las instrucciones tiránicas”
¿Es el confinamiento social una medida sanitaria o, más bien policial y de control
social? –se pregunta de Miguel.
La realidad es que la libertad de prensa está de hecho gravemente afectada,
al igual que la de expresión. Véase como hecho paradigmático que Youtube afirmó
públicamente y sin pudor que toda opinión sobre el Covid -19 que contraviniera
la versión de la OMS sería censurada.
Se ha aislado física y psicológicamente a las personas y los ciudadanos han
pedido más castigo y control a los disidentes por el mero hecho de pasear en
solitario, confundiendo la delación de hechos intrascendentes en el campo
sanitario con un acto de solidaridad.
Lo de menos era que el infractor estuviera en el desierto; se delataba al
osado por incumplir durante unos minutos una orden gubernamental. De esta forma
se respaldaba la actuación de la autoridad competente ante cualquier tipo de
futura medida represiva. En tiempos normales, a esta gente se la tildaría
de chivata o colaboracionista –si viviera Hannah Arendt nos recordaría cómo los
regímenes totalitarios comienzan con el colaboracionismo de gente corriente que
cree actuar bien- hoy, en el preludio de la Nueva Normalidad, se les homenajea
solapadamente en los telediarios mientras se ejecuta al incumplidor en el
cadalso de la plaza pública posmoderna: la televisión; cuyos informativos
actúan inspirados en el manual goebeliano.
Los sanitarios han manifestado como han podido la precaria situación en la
que ejercen su trabajo, pero han sido incapaces de enfrentarse a unas órdenes
que han supuesto la muerte de muchos compañeros, la infección de muchos más y
un indudable riesgo personal al no estar debidamente protegidos.
Se han quejado también de no recibir medicinas para atender adecuadamente a
pacientes de edad avanzada, entregándoles, a cambio, sólo sedantes; pero no
dijeron basta. Y fueron ellos, no los gobernantes, quienes actuaron tal y cómo
se les pedía a sabiendas de las consecuencias.
No parece que esto sea cumplir con el deber.
En su libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Michel
Foucault dejó constancia de las ordenanzas de una ciudad francesa del siglo
XVIII en caso de peste:
“que la calle quede bajo la autoridad de un síndico que la vigila”; que “se
ordena a cada uno que se encierre en su casa con la prohibición de salir”; que
“cada familia habrá acumulado sus provisiones”; que “cuando es absolutamente
preciso salir de las casas, se hace por turno y evitando todo encuentro”; “no
circulan por las calles más que los intendentes, los síndicos, los soldados de
la guardia….”; “la inspección funciona sin cesar. La mirada está por doquier en
movimiento”
Para el filósofo francés, la peste es el sueño político de la “sociedad
disciplinaria”: El encierro, la reglamentación, la vigilancia, el castigo…
La aparición de una peste permitirá el
establecimiento de un “poder disciplinario”. Foucault también desarrollaría el
concepto de biopoder, o la represión padecida
en el ámbito corporal, en espacios cerrados, mediante disciplinas y planes
reglados; se busca acomodar a cada individuo al molde o prototipo considerado
ideal. Este concepto de poder nacería con la Revolución Industrial. Más tarde
aparecerá la idea de psicopoder: la
forma de poder mediante la cual el sistema político-tecnológico se
apodera del pensamiento o racionalidad del ser humano.
Es imposible no verse reflejados en los experimentos de Solomon Asch,
Stanley Milgram, en el modelo de Goebels o en el pensamiento filosófico e
histórico de Hannah Arendt y Michel Foucault.
Las ordenanzas urbanas en caso de peste del siglo XVIII han sido el manual
de operaciones de Simón y su grupo de “expertos”. No han inventado
absolutamente nada. Pero a la vez que estos “científicos” se quedaban
anquilosados siglos atrás, el poder político se ha parapetado en la
argumentación técnica para justificar decisiones predecimonónicas,
independientemente de su ilegalidad o irracionalidad; típica actuación del
psicopoder contemporáneo que para neutralizar el pensamiento racional de las
personas se escudan en las decisiones de los expertos/técnicos o en la ilusión
tecnológica, como las absurdas predicciones basadas en modelos matemáticos
expuestas durante todo este tiempo y que nadie se atrevió a cuestionar.
Se habla de las crisis sanitaria y económica. Falta una tercera: la del
riesgo de una tentación autoritaria bajo un manto de formalismo democrático.
Mejor no confiarse y tener nuestro espíritu crítico y los cinco sentidos en
estado de alerta.
Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
PUBLICADO EN: https://www.miciudadreal.es/2020/05/14/nacimiento-y-consecuencias-del-covid-19-parte-2/
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