José Luis Vázquez
Doménech
Podríamos deducir de
todo aquello que está sucediendo en nuestro mundo, porque la mayoría de
indicativos así lo confirman, que el peligro nos acecha desde hace tiempo. Y
que en vez de procurar reinventarnos para salvar los trastos, estamos activando
todos los interruptores que bloquean las alarmas.
Son muchos los
acontecimientos que podríamos tener en cuenta y, tristemente, una sola la
conclusión final: han asestado un duro golpe a Europa. Pero claro, lo que con
gran esmero y una preparación exquisita ha ido sucediendo, ha contado con la
colaboración de ilustres ciudadanos europeos y, como pasa siempre en estos
casos, con nuestros mal llamados líderes y una enorme cantera de
desinformadores que no para de crecer. Mario Draghi ha sido, por poner un
ejemplo, uno de los grandes artífices del robo. Lo saben muy bien en Grecia y
en Italia, y España también ha temblado gracias a la orquestada crisis
financiera. El dato de la deuda pública hispana dice bastante de lo acontecido
(en apenas diez años la deuda ha pasado de 383.798 millones en 2008, a 1,174
billones de euros en 2018).
Tal y como escribe el
economista Fernando G Jaén, “…la crisis generada por los deudores, la tienen
que pagar los ahorradores, mayor contrasentido imposible… salvo que aceptemos
que la economía es manejo de los asuntos por los poderosos, como viene siendo a
lo largo de la historia de la Humanidad; eso sí mediante discursitos
convincentes y técnica que enmascare la realidad a ojos no avisados…”. Pero
es mucho más importante entretenernos con banalidades y con nevadas e
inundaciones. Europa va a necesitar mucho tiempo para reincorporarse de nuevo,
y probablemente eternidades para regresar a la paz social y política que estuvo
a punto de extenderse en el continente. Desoladora estafa, y así lo testifica
Jaime Richart.
Pensándolo fríamente,
resulta desalentador llegar a la conclusión de que los medios de comunicación
tienen tanto poder que nada podemos hacer contra ellos. Y esto no es algo
nuevo. Lo escribió Jhon Swinton en 1880… “No existe en América prensa libre
ni independiente. Ustedes lo saben tanto como yo. Ninguno de ustedes se atreve
a escribir su opinión honestamente y saben también que si lo hacen no serán
publicadas. Me pagan un salario para que no publique mis opiniones y todos
sabemos que si nos aventuramos a hacerlo nos encontraremos en la calle
inmediatamente. El trabajo del periodista es la destrucción de la verdad, la
mentira patente, la perversión de los hechos y la manipulación de la opinión al
servicio de las Potencias del Dinero. Somos los instrumentos obedientes de los
Poderosos y de los Ricos que mueven las cuerdas tras bastidores. Nuestros
talentos, nuestras facultades y nuestras vidas les pertenecen. Somos
prostitutas del intelecto. Todo esto lo saben ustedes igual que yo”.
Si no, ¿puede alguien
explicarme cómo es posible que nuestro continente se haya dejado arrastrar por
la deriva de las políticas estadounidenses, favoreciendo plenamente a entidades
financieras y corporativas dirigidas por unos pocos para ir amordazando a la
población a un capitalismo de lucha y fricción continua, donde millones de
habitantes quedan abandonados a la suerte? ¿Puede alguien, por favor, hacernos
ver cómo es posible que años y años de barbarie política y bélica han ido
imponiéndonos sin que nadie, absolutamente nadie renegara de ello?
El desmantelamiento de
entidades políticas soberanas y el secuestro de la libertad llevan tanto tiempo
instalados en nuestras mentes que ya es tarde. Todo un complejo entramado de
poder, que instauró vías institucionales a través de un sistema de partidos
envenenado, y una perfecta articulación con las élites perforaron hasta el
tuétano el esqueleto de las democracias. Pero la labor de la prensa y la
televisión y, ahora de las redes sociales, ha sido tan sofisticada que
resultaba arduo poder llegar a concluir en debates de sobremesa que no existía
tal democracia. Recuerdo muchas situaciones vividas con desconcierto. Casi
nadie se hacía eco de esa llamada de socorro, y enarbolados por una sociedad de
consumo que podía dispensarnos logros de vida perfectamente materializables, no
eran pocos los que respondían que me fuera a vivir a Irán, o a Somalia, a ver
si entonces alteraba yo mi discurso sobre el capitalismo. También era común
defender que a lo largo de la Historia íbamos en un continuado logro de
bienestar en términos generales.
Me temo que el
castillo construido, casi siempre sobre ilusorias conquistas, está cayéndose a
pedazos, como caen los andamios levantados sin armazón ni sentido. Aquellas
lamentables hazañas constitutivas de compra son ahora deuda, o enorme
sacrificio de vida. Y bolsas enormes de población son ya pasto de la pobreza,
de la desigualdad y del abandono. Ya no hay vuelta atrás. El estado no va a
sufragar los efectos colaterales del neoliberalismo. La privatización ya es
germen infeccioso, y serán pocos quienes puedan vivir silbando la jubilación. Todo
un éxito para los impulsores del sueño americano, ya cimentado en todos los
rincones del planeta. Todo un fracaso para la civilización.
Se acabó lo que se
daba. Los continuados ataques a Iraq, Libia o Siria, no son sino una parte del
juego. Europa sigue en la diana. Había que colapsarla como fuera, aligerar su
bienestar y endeudarla, instalarla en un conflicto permanente y no permitir,
bajo ningún concepto, su alianza con Rusia. Ello derivaría en una situación
catastrófica para los Estados Unidos, y como son éstos quienes nos guían, hemos
ido directos al precipicio. Seguimos jugando a las redes, seguimos a Hollywood,
seguimos enfrascados en series que nos alivian de la vida cotidiana, seguimos
al “me too”, seguimos la supuesta línea de flotación de ongs y movimientos poco
anti-imperialistas, seguimos los grandes eventos deportivos, seguimos a
partidos que hacen de colchón de la protesta y no de detonadores de la
explosión, seguimos las consignas… y para cuando nos damos cuenta, el delirio.
Vaya, llegó el fascismo a Europa.
No tiene gracia, pero
tiene guasa. ¿Qué queríamos? Duros a cuatro pesetas. Creer en su democracia y
volar sin alas. La caída va a ser demoledora. La OTAN no se anda con tonterías,
y nosotros no solo no nos hemos protegido, sino que proseguimos en la inopia.
El gobierno español acaba de aprobar un presupuesto de 7.331 millones de euros
para proseguir la guerra. Solo esto ya debería causar una repulsa social sin
precedentes, que no debería dejar títere con cabeza. Pero nuestras movilizaciones
vienen marcadas, como las cartas que usan los tramposos. Y no hay feminismo
mayoritario consciente de desmilitarización, ni Podemos que nos salve de la quema, ni
juventud emancipada del capital, ni actores dignos de tener en cuenta, ni
protestas por las guerras ni transiciones hacia un nuevo hogar. Tan solo hay
adscripción unidireccional, y ésta nos lleva a la continuación del dolor.
Curiosamente se rechaza y boicotea a quienes no nos invaden y hay un
seguimiento masivo de la incongruencia. La jugada es de tal envergadura que
asusta. Millones de personas creen reforzar sus ideas progresistas porque
muestran su rechazo a Trump (por poner un ejemplo) y, al mismo tiempo, eso les
envalentona para pasar el tiempo en sus perfiles, creyéndose impulsores de
alguna extraña revolución. Es un excelente método para desgastar fuerzas, para
redirigir el problema a otro lado.
Nadie se acordó de
Libia, ni de Siria. De Yemen lo harán dos después de haber dejado al país en la
hambruna y la desesperación. Pero ello no importa, porque con 7.331 millones van a dar carga de trabajo a la
planta que tiene Navantia en Ferrol, y los trabajadores quedarán contentos,
porque lo que importa es el pan y no las armas. Es deplorable constatar que
ellos se pueden convertir en “grupo de presión” para que su gobierno les de
trabajo a través de la industria armamentística. Raya el delito, y en vez de
manifestarse por repudiar las bases militares lo hacen para conseguir un jornal
a cualquier precio. Si, a cualquier precio. Nunca la clase política que
pretende ser de izquierdas llegó tan bajo. Y ello tampoco es casual. El
contexto en el que estamos no solo lo facilita sino que hasta lo fagocita.
Aunque no lo parezca,
así es. Estamos en un ataque continuado a Europa, somos el cebo perfecto, y de
rodillas nos sometemos y blindamos todas las fronteras con tanques y soldados,
porque el “enemigo nos acecha” (Putin). Cuando en
realidad el enemigo vive entre Israel y la Casa Blanca, y sus encargos son
recibidos sin rechistar y bombardeamos lo que haga falta, hasta en nuestro
propio suelo. Y si hay que eliminar Yugoslavia, se elimina, y si hay que
activar la política expansionista con el fascismo, se incentiva. Ucrania es un
claro ejemplo de ello. Bueno, en realidad Ucrania es el ejemplo más claro y que
mejor constata la existencia de todas y cada una de las impresiones que estamos
barajando: nos hicieron creer que había una revolución (Euromaidan), y nos la
metieron doblada. Se ejecutó un golpe de Estado contra el gobierno electo del
2014, y se puso en el poder a un gobierno fascista, seleccionado personalmente
por la subsecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, como representante de
Obama para la operación de cambio de régimen. Hablamos de un país al que se ha
obligado a doblegarse a los intereses de la Unión Europea y de EEUU,
recurriendo sin tapujos a grupos violentos nazis e instaurando un clima de
tensión que ahora (vaya por dios), nos muestra sus dentelladas. Y, lógicamente,
ese clima apuntará a encontronazos con Rusia.
En Estados Unidos los
planes de expansión tienen un único objetivo; trasladar las guerras a otros
territorios, minar las fuerzas de quienes pueden hacerle oposición, y decapitar
a quienes tengan el valor de prometerles desobediencia. Nosotros somos sus
vasallos, y terminaremos llenando las calles, como ellos, de huérfanos e
indigentes, de desplazados e inmigrantes, de recolectores de sueños y de
excombatientes. Los datos asombrarán, pero llegarán aquí con tal rapidez que
para entonces ya no habrá tratamiento. Para entonces, tendremos una deuda
pública desorbitada, una tasa de paro estructural muy peligrosa, unos salarios
aún más constreñidos, una educación y sanidad más privatizada, una oferta
cultural elitista (a la que solo podrán acceder las rentas media-altas) y una
perversa clase política enmarañada en la más reaccionaria de las etapas hasta
ahora conocidas en la modernidad. Pero eso sí, tendremos el honor de respaldar
la mejor liga del mundo.
Los peores tentáculos
del capitalismo ya nos han abordado. El neoliberalismo y el fascismo van de la
mano y les queda un largo recorrido. El uno no se puede entender sin el otro. Y
no, no es el nacionalismo el mal que acecha Europa. Son esas políticas
degradantes incorporadas en Europa con fuerza desde años antes de que nos
inocularan la supuesta crisis. Son los servicios a la banca y los pagos de la
deuda. Son la austeridad y la violencia. Son las guerras y un poder
centralizado alejado de la ciudadanía. Son los presupuestos insolidarios. Son
la oligarquía y la desigualdad. Son la privatización y la prepotencia. Son las
miserables condiciones a la que nos someten. Y todo ello, ha venido para
quedarse un tiempo.
Estamos en la boca del
lobo, y salir de ella va a tener un alto precio. O la revolución, o la más
decadente de las fases históricas vividas en Occidente desde la segunda guerra
mundial.
P.D. ¡No querías taza,
pues toma taza y media!. Y recuérdalo, cuando se vaya Trump, entonces comenzará
a llegar la verdadera demolición, porque él está ahí para despistar, para
acoger en su seno todas las iras, mientras entre bambalinas, se extiende la
peste.
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