por Thierry
Meyssan
Al arrogarse
el título de «Cuarto Poder», la prensa estadounidense se sitúa en
un plano de igualdad con los 3 poderes democráticos reconocidos,
a pesar de que los medios de prensa no gozan de ningún tipo de
legitimidad otorgada por el Pueblo. Tanto en Estados Unidos como en
el extranjero, esa prensa está desarrollando una gran campaña contra
el presidente Trump, para desacreditarlo y provocar su destitución.
Esa campaña comenzó la noche misma de la elección del actual
presidente, o sea mucho antes de su llegada a la Casa Blanca, y está
teniendo gran eco entre los electores favorables al Partido Demócrata y en los
países aliados de Washington, donde la población está convencida de que
el actual presidente de Estados Unidos no está en su sano
juicio. Pero los electores que votaron por Donald Trump resisten a esa
gigantesca campaña mientras que el ahora presidente logra luchar eficazmente
contra la pobreza.
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 4 de julio de 2017
Se mantiene
la campaña internacional de prensa para desestabilizar al presidente
Trump. La máquina de injuriar que David Brock armó durante la etapa de
transición entre la administración saliente de Barack Obama y la de
Donald Trump [1] resalta cada vez que puede
el carácter apresurado y la frecuente grosería de los tweets
presidenciales. La Entente de medios difusión creada por la misteriosa ONG
First Draft [2] repite incansablemente que la
justicia está investigando presuntos vínculos entre el equipo de campaña del
ahora presidente y los tenebrosos complots que se atribuyen al Kremlin.
Un estudio
del profesor Thomas E. Patterson, de la Harvard Kennedy School, muestra que
la prensa de Estados Unidos, del Reino Unido y de Alemania ya ha
citado a Donald Trump el triple de veces que a los anteriores inquilinos
de la Casa Blanca y que en los primeros 100 días de su mandato el 80% de
los artículos eran claramente desfavorables a él [3].
Durante la
campaña del FBI para forzar la renuncia del presidente Nixon [4], la prensa estadounidense
se atribuyó el título de «Cuarto Poder», con lo cual
implicaba que los propietarios de los medios de difusión tenían más legitimidad
que el Pueblo mismo. Lejos de ceder a la presión, Donald Trump, consciente
del peligro que representa la alianza entre los medios de difusión y el 98% de
altos funcionarios que votaron contra él, declaró «la guerra a la
prensa» en su discurso del 22 de enero de 2017, una semana
después de su investidura. Por su parte, su consejero
especial Steve Bannon declaraba al New York Times que
la prensa se ha convertido de hecho en «el nuevo partido de
oposición».
Pero lo más
interesante es que los electores del actual presidente no le han retirado
su confianza.
Recordemos
aquí cómo empezó todo. Fue durante el periodo de transición, o sea antes
de la investidura de Donald Trump. Una ONG llamada Propaganda
or Not? lanzó la idea de que Rusia tenía previsto difundir,
durante la campaña electoral estadounidense, una serie de informaciones falsas
para torpedear a la candidata demócrata Hillary Clinton y favorecer
la elección de Donald Trump. En aquel momento, nosotros subrayamos
los vínculos de esa ONG con Madeleine Albright y Zbigniew Brzeziński [5]. La acusación
contra Rusia, ampliamente repetida por el Washington Post, incluía
una “lista de agentes” del Kremlin, entre los que se hallaba Red Voltaire.
Pero nada, absolutamente nada, ha demostrado en ningún momento esta
tesis del complot ruso.
Todos han
podido comprobar que los argumentos que se esgrimen contra Donald Trump
no son solamente los que habitualmente se manejan en la lucha
política sino que vienen, evidentemente, del arsenal de la propaganda de
guerra [6].
El premio a
la mala fe podría otorgársele a la CNN, cuyo tratamiento de ese tema
alcanza proporciones francamente obsesivas. CNN se vio incluso obligada a
presentar excusas por haber transmitido un reportaje donde acusaba al banquero
Anthony Scaramucci, estrechamente vinculado a Trump, de estar
indirectamente a sueldo de Moscú. Pero CNN se encontró esta vez
con la horma de su zapato porque Scaramucci es lo suficientemente rico
como para darse el lujo de llevar a ese canal de televisión ante
los tribunales por haberlo difamado con la transmisión de una acusación
completamente inventada. Así que CNN tuvo que presentar excusas y los
3 periodistas de su grupo de investigación «dimitieron».
Posteriormente, el Project Veritas, del periodista James O’Keefe publicó 3 secuencias de videos grabados con cámara oculta [7]. En el primero de esos videos se ve a un supervisor de CNN declarar entre risas en un ascensor que las acusaciones de colusión del presidente Trump con Rusia son sólo «estupideces» que se transmiten «para la audiencia». En el segundo video, un presentador estrella de CNN y ex consejero del presidente Obama reconoce que toda esa historia es completamente absurda y en el tercero un productor de CNN declara que Trumo es un enfermo mental y que sus electores son «estúpidos como la mierda» (sic).
En respuesta, el presidente Trump colgó en la red un montaje de imágenes de sus tiempos de responsable de la WWE (la Federación estadounidense de lucha, espectáculo muy popular en Estados Unidos) donde él mismo aparece dándole una paliza a su amigo Vince McMahon –esposo de la secretaria de la administración Trump a cargo de las pequeñas empresas–, cuyo rostro es reemplazado por el logo de CNN. El montaje termina con la presentación de un logo modificado de CNN, sigla que se convierte en Fraud News Network, algo así como “Red de Noticias Fraudulentas”.
Todo este
episodio nos muestra que en Estados Unidos, Donald Trump
no tiene la exclusividad de la grosería y confirma que CNN –que en sólo
2 meses ha abordado la cuestión de la injerencia rusa más de
1 500 veces– no se dedica al periodismo y se burla de
la verdad. Esto ya lo sabíamos desde hace tiempo, por haber
seguido su tratamiento de los temas de política internacional, pero ahora
se descubre que hace lo mismo en materia de política doméstica.
Aunque
resulta mucho menos significativa, una nueva polémica ha surgido entre
el presidente y los presentadores del programa matinal de MSNBC Morning
Joe, que desde hace meses han venido criticando implacablemente al
inquilino de la Casa Blanca. Uno de ellos, Joe Scarborough, es un
ex abogado y parlamentario por el Estado de La Florida que aboga
contra el derecho al aborto y por la disolución de los ministerios «inútiles»,
que según él son los de Comercio, Educación, Energía y Vivienda. Su compañera,
tanto en sentido recto como en sentido figurado, Mika Brzezinski es una simple
lectora de teleprompter que apoyaba a Bernie Sanders. En un tweet,
el presidente los insultó identificándolos como «Joe el sicópata»
y «Mika, la del bajo coeficiente intelectual». Nadie duda que tales
calificativos estén cerca de la realidad, pero formularlos así
no tiene más objetivo que herir el amor propio de ambos periodistas.
En definitiva, los dos presentadores de Morning Joe publicaron en
el Washington Post un texto donde ponen en duda la salud
mental del presidente.
Mika
Brzezinski es la hija del recientemente fallecido Zbigniew Brzezinski, uno de
los personajes que manejan desde la sombra la ONG Propaganda or not?
anteriormente mencionada.
La grosería
de los tweets presidenciales no es un síntoma de locura. Dwight
Eisenhower y sobre todo Richard Nixon fueron mucho más obscenos que Donald
Trump y no por ello dejaron de ser grandes presidentes.
Trump no es
tampoco un individuo impulsivo. En realidad, sobre cada tema, Donald Trump
reacciona de inmediato con tweets agresivos. Después, lanza ideas en todos
los sentidos, sin vacilar en contradecirse en diferentes declaraciones, y
observa detenidamente las reacciones que estas suscitan. Finalmente, luego de
haber llegado a crearse una opinión personal, se reúne con la parte
adversa y generalmente llega a un acuerdo con ella.
Donald Trump
ciertamente no tiene la buena educación puritana de un Barack Obama o una
Hillary Clinton. Es más bien portador de la rudeza del Nuevo Mundo.
A lo largo de su campaña electoral se presentó siempre como
el hombre capaz de poner fin a las innumerables formas de deshonestidad
que esa buena educación permite esconder en Washington. Y finalmente fue a él
–no a la señora Clinton– a quien los estadounidenses pusieron en la Casa
Blanca.
Por
supuesto, cada cual está en su derecho de tomar en serio las
declaraciones polémicas del presidente, encontrar que algunas son chocantes e
ignorar las que dicen lo contrario. Pero no debe confundirse el
estilo de Trump con su política. Al contrario, hay que analizar con
precisión sus decisiones y sus consecuencias.
Veamos, por
ejemplo, su decreto para impedir que entren a Estados Unidos los
extranjeros cuya identidad el Departamento de Estado no tiene
posibilidades de verificar.
Se observó
que la población de los 7 países a cuyos ciudadanos se limitaba el
acceso a Estados Unidos es mayoritariamente musulmana. De inmediato
se vinculó ese factor a algunas declaraciones que el presidente había hecho
durante su campaña electoral y se completó así el proceso de construcción
del mito sobre un Trump racista. Se orquestaron una serie de
procedimientos judiciales para obtener la anulación del «decreto islamófobo»,
hasta que la Corte Suprema confirmó que la medida era legal. Ante ese
veredicto, se decidió pasar la página afirmando que la Corte Suprema
se había pronunciado sobre una segunda versión del decreto que incluía una
serie de concesiones. Y es cierto, sólo que esas concesiones ya figuraban
en la primera versión, aunque redactadas de diferente manera.
Al llegar a
la Casa Blanca, Donald Trump no privó a los estadounidenses de su seguro
social, ni desató la Tercera Guerra Mundial. Lo que ha hecho es,
al contrario, abrir numerosos sectores económicos que antes estaban
tremendamente cerrados, lo cual favorecía a las grandes transnacionales.
Está viéndose, además, un reflujo de los grupos terroristas en Irak, Siria
y Líbano y una disminución palpable de la tensión en el conjunto del Medio
Oriente ampliado, con excepción de Yemen.
¿Hasta dónde
llegará este enfrentamiento entre la Casa Blanca y los medios de difusión,
entre Donald Trump y ciertas potencias del dinero?
[1] «El “aparato Clinton” para desacreditar a
Donald Trump», por
Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 28 de
febrero de 2017.
[3] «News Coverage of Donald
Trump’s First 100 Days», Thomas E. Patterson, Harvard Kennedy School, 18 de mayo
de 2017.
[4] Al cabo de 30 años de
los hechos finalmente se supo que el misterioso personaje que
se hacía llamar «Garganta profunda» y que alimentó con sus
revelaciones el escándalo del Watergate era nada más y nada menos que
W. Mark Felt, antiguo ayudante de J. Edgard Hoover y número 2 en
la jerarquía del FBI.
[5] «La campaña de la OTAN contra la
libertad de expresión», por
Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de diciembre de 2016.
[6] «Contra Donald Trump, la propaganda de
guerra», por
Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de febrero de de 2017.
Red Voltaire
Voltaire,
edición Internacional
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