por Thierry
Meyssan
Los médicos
y los políticos que han hechos largos estudios son teóricamente científicos.
Pero en la práctica son pocos los que actúan como científicos. En este
momento, nadie quiere hacerse responsable de las medidas, supuestamente
sanitarias, impuestas a la población –confinamiento, distanciamiento social,
uso obligatorio de mascarillas quirúrgicas y de guantes, etc. Todos
se esconden tras decisiones de tipo colegial e invocan “la Ciencia”
y “el Consenso”.
Red Voltaire
| Damasco (Siria) | 2 de junio de 2020
Francia: De
izquierda a derecha, el ministro del Interior, el primer ministro y el ministro
de Salud (los 3 personajes con corbata) anuncian una serie de
medidas que violan la Constitución y ceden la palabra al presidente
del Consejo Científico sobre el Covid-19 y del Comité Nacional de Ética
(al centro, sin corbata) para que aporte su
“bendición científica”.
Colegialidad de fachada
La epidemia
de Covid-19 cogió desprevenidos a los responsables políticos, que habían
olvidado su principal función: garantizar la protección de sus conciudadanos.
Llenos de
pánico, esos responsables políticos recurrieron a ciertos gurús, principalmente
al matemático británico Neil Ferguson del Imperial College [1] y al médico estadounidense
Richard Hatchett, ex colaborador del secretario de Defensa Donald Rumsfeld
y actual jefe de la CEPI (Coalition for Epidemic Preparedness
Innovations) [2]. Y, al anunciar las
decisiones, los políticos invocaron a esos científicos para justificarlas
y se escudaron en la aprobación de personalidades con cierta autoridad
moral.
El resultado
fue que en Francia –país laico por excelencia– el presidente
Emmanuel Macron se rodeó de un Consejo Científico para el Covid-19,
conformado principalmente con matemáticos y médicos, bajo la autoridad del
presidente del Comité Consultativo Nacional de Ética.
Es de
público conocimiento que los científicos no estaban de acuerdo entre sí
sobre la manera de enfrentar la epidemia. Por consiguiente,
al conformar el «Consejo Científico» se excluyó a los
científicos que el gobierno no quería escuchar para dar
la palabra únicamente a aquellos cuyo discurso parecía “apropiado”.
Por otro lado, la nominación de una personalidad “moral” para
encabezar ese dispositivo tuvo como objetivo justificar una serie de decisiones
que afectan las libertades ciudadanas presentándolas como decisiones
necesarias, a pesar de que contradicen la Constitución de la República.
Dicho de
otra manera, este “Consejo” fue sólo una pantalla destinada a cubrir la
responsabilidad del presidente de la República y del gobierno.
Por cierto, es necesario recordar aquí que ya existían una
administración de la Salud Pública y un Alto Consejo de Salud Pública,
mientras que la creación del nuevo Consejo no tiene ninguna base legal.
Los debates
sobre la manera de enfrentar la epidemia y los tratamientos aplicables cayeron
rápidamente en el mayor desorden. El presidente Macron designó entonces
una segunda instancia –un Comité de Análisis en Investigación y Experticia,
supuestamente encargado de poner orden. Lejos de ser un foro científico,
ese nuevo Comité defendió las posiciones de la CEPI, en contra de la experiencia de los médicos clínicos.
El papel de
los responsables políticos es estar al servicio de sus conciudadanos,
en vez de limitarse a gozar de los automóviles oficiales del Estado y de
pedir auxilio cuando caen en pánico. El papel de los médicos es ocuparse
de sus pacientes, en vez de perder el tiempo en seminarios de dudosa
utilidad en las playas de las islas Seychelles.
El caso de
los matemáticos es diferente. Su papel consiste en cuantificar
observaciones, pero algunos de ellos desataron el pánico para apropiarse una
parte del Poder.
La política y la medicina como ciencias
Sea o no del
agrado de políticos y médicos, el hecho es que la política y
la medicina son ciencias. Pero durante los últimos años tanto
la política como la medicina han sucumbido al interés monetario,
convirtiéndose así en las ocupaciones más corruptas de Occidente –seguidas
de cerca por la actividad periodística. No abundan los políticos o
médicos capaces de poner en tela de juicio lo que supuestamente
“saben”, a pesar de que ese proceso de constante cuestionamiento debe ser
la cualidad básica de todo científico. A lo que se dedican ahora es a
“hacer carrera”.
La
ciudadanía no sabe defenderse de esta degradación de nuestras sociedades.
En primer lugar, los ciudadanos estiman que tienen derecho a criticar a
los responsables políticos. Pero, extrañamente, no se creen con
derecho a hacer lo mismo con los médicos. En segundo lugar, la
muerte de un paciente puede llevar la ciudadanía a recurrir a los tribunales
contra los médicos… pero nadie denuncia la corrupción de los médicos
por parte de la industria farmacéutica. Sin embargo, la existencia
de esa corrupción está lejos de ser un secreto: es también de público
conocimiento que las transnacionales farmacéuticas disponen de enormes
presupuestos y de gigantescas redes de cabilderos, capaces de alcanzar a
cualquier médico en los países desarrollados. Al cabo de años de ese
rejuego, las profesiones médicas han perdido el verdadero sentido de su profesión.
Algunos
políticos protegen a sus países. Otros no.
Hay médicos que se ocupan de sus pacientes. Otros se ocupan sobre todo de ganar dinero.
En algunos
hospitales, los pacientes sospechosos de haber contraído el Covid-19 tenían
5 veces más posibilidades de morir que en otras instalaciones de
salud, a pesar de que los médicos que debían ocuparse de ellos
habían seguido exactamente los mismos estudios y disponían del mismo
material.
La
ciudadanía debe exigir que se den a conocer los resultados concretos de
cada instalación hospitalaria.
El profesor
francés Didier Raoult se ocupa con éxito de personas que han contraído enfermedades
infecciosas, éxito gracias al cual pudo construir el instituto que
hoy dirige en Marsella. La profesora, también francesa, Karine
Lacombe trabaja para la transnacional estadounidense Gilead Sciences,
lo cual le valió convertirse en jefa del servicio de enfermedades
infecciosas del hospital Saint-Antoine, en París. Gilead Sciences es la
empresa estadounidense que tuvo como presidente a un tal… Donald Rumsfeld
–otra vez aparece este nombre– y que produce los medicamentos
más caros y a menudo menos eficaces del mundo.
Para ser más
claro aún, no estoy diciendo que los médicos en general sean
corruptos sino que se hallan bajo la dirección de una serie de
“mandarines” y de una administración ampliamente corruptos. Ahí reside
el problema de los hospitales franceses, que obtienen resultados mediocres
a pesar de que disponen de un presupuesto muy superior al de la mayoría
de los demás países desarrollados. No es una cuestión de dinero sino de
adónde va ese dinero.
La prensa médica ya no es científica
La prensa
médica ha dejado de ser científica. No me refiero a las cuestiones
oscuramente ideológicas denunciadas en 1996 por el físico Alan
Sokal [3] sino al hecho que el 75% de
los artículos que se publican ahora son inverificables.
De manera
casi unánime, los grandes medios de difusión participaron en una campaña de
intoxicación en favor de un estudio publicado en The Lancet,
estudio que condena el protocolo de tratamiento contra el Covid-19
utilizado en Marsella por el profesor Didier Raoult mientras que
abre el camino al medicamento de Gilead Science, el Remdesivir [4]. No importó que
el estudio no se basara en casos escogidos al azar,
que no sea verificable, ni que su principal autor
–el doctor Mandeep Mehra– trabaje en el hospital Brigham de Boston
precisamente en la promoción de Remdesivir, todo lo cual indica que el
estudio en cuestión no es lo que pudiera llamarse “imparcial”.
Sólo el Guardian fue un poco más lejos y señaló que los datos
utilizados en la realización de ese estudio están manifiestamente
falsificados [5].
Cualquiera
que lea ese «estudio» tendría que preguntarse ¿cómo es posible que The Lancet,
que tiene la reputación de ser una «prestigiosa revista científica»,
haya podido publicar una superchería tan burda? Pero, ¿no hemos
encontrado antes supercherías idénticas en las publicaciones políticas «de referencia»,
como el diario estadounidense The New York Times y el francés Le Monde?
Basta señalar que The Lancet es publicado por el principal editor
médico del mundo, el grupo holandés Elsevier, que amasa jugosas
ganancias vendiendo artículos a precios astronómicos y creando falsas
publicaciones científicas redactadas de cabo a rabo por la industria
farmacéutica para vender sus productos [6].
Hace poco
denuncié en este sitio web la operación de la OTAN tendiente a
favorecer, mediante la manipulación de motores de búsqueda en internet,
ciertas fuentes de información “confiables” en detrimento de otras [7]. El hecho es que el mero
nombre de un editor o de un medio nunca constituye una garantía
definitiva de competencia o de sinceridad en materia de información.
El público debe juzgar cada libro, cada artículo en función
de su contenido real y aplicándole el máximo rigor de su espíritu crítico.
El «consenso científico» contra la ciencia
Hace años
que los científicos diplomados han dejado de interesarse por la ciencia y
prefieren acogerse al consenso de su profesión. Ese fenómeno ya pudo verse en
el siglo XVII, cuando los astrónomos de aquella época se concertaron
en contra de Galileo. Como no podían hacerlo callar, recurrieron a
la iglesia y esta lo condenó a pudrirse en la cárcel de
por vida. Con esa acción, Roma imponía el «consenso científico».
Algo similar
ocurrió hace 16 años, cuando la justicia de París rechazó todas
mis denuncias contra grandes diarios que me difamaban sin otro
argumento que la afirmación según la cual lo que yo escribía
no podía ser cierto… porque el «consenso periodístico»
decía lo contrario. Pero nadie podía echar abajo las pruebas que yo
esgrimía.
Es también
en nombre del «consenso científico» que el público sigue creyendo
en el «calentamiento climático», creencia promovida por la
ex primer ministro británica Margaret Thatcher [8]. Pero nadie toma
en cuenta los numerosos debates científicos sobre ese tema.
La verdad no
es una opinión sino el fruto de un proceso de búsqueda. La verdad
no se determina por votación y siempre hay que preguntarse
si es realmente cierta.
[1] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del
liberalismo», por
Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.
[4] “Hydroxychloroquine or chloroquine with or without a
macrolide for treatment of COVID-19: a multinational registry analysis”,
Mandeep R. Mehra, Sapan S. Desai, Frank Ruschitzka, Amit N. Patel, The Lancet
Online, 22 de mayo de 2020.
[5] “Questions raised over hydroxychloroquine study which caused
WHO to halt trials for Covid-19”, Melissa Davey, The Guardian,
28 de mayo de 2020.
[7] «La Unión Europea, la OTAN, NewsGuard y la
Red Voltaire», por
Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de mayo de 2020.
[8] «1997-2010: La ecología financiera», por Thierry Meyssan, Оdnako
(Rusia), Red Voltaire, 28 de abril de 2010.
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