Por Miguel
Jara
Una de las
claves para entender por qué hay una “epidemia” de lo que denominamos hiperactividad
o Trastorno por déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH)
son los tóxicos cotidianos. En realidad, de casi todas las enfermedades
neurodegenerativas, como el Alzheimer o el Parkinson y de
otras muchas.
Un buen
trabajo de Iván Gil en El Confidencial, titulado “Pandemia
silenciosa”: las 12 toxinas que acaban con tu cerebro, así lo documenta. Las últimas
líneas de investigación se están centrando en las denominadas neurotoxinas:
una serie de sustancias químicas, de origen animal, vegetal o de naturaleza
inorgánica, capaces de alterar el funcionamiento del sistema nervioso.
Hay al menos
una decena de sustancias responsables de la generalización de los problemas
conductuales y cognitivos. Son insecticidas, disolventes y otras
sustancias presentes en multitud de productos de uso cotidiano. ¿Sus
nombres? Raros para el común de los mortales pero conocidos de los
especialistas desde hace ya muchos años:
"Metilmercurio,
bifenilos policlorados, etanol, plomo, arsénico, tolueno, manganeso,
fluoruros, clorpirifos, tetracloroetileno, difeniléteres polibromados y DDT
(Dicloro Difenil Tricloroetano)”.
En las vacunas por
ejemplo se encuentra etilmercurio como conservante. El plomo en las
gasolinas, luego en el aire que respiramos.
Los clorpirifos
los están echando estos días en la vegetación de vuestras piscinas para que
estén “limpias” de bichitos el próximo mes de junio que comienza la temporada
de baño.
El informe
en el que se basa la información de Ivan Gil es el titulado Neurobehavioural
effects of developmental toxicity y publicado en The Lancet.
El
periodista explica la “polémica”, más bien estrategia de confusión que llevan a
cabo las compañías químico-tóxicas para distraer a la población y continuar
comercializando sus productos.
La idea de
que la dosis hace el veneno, según reza la regla básica de la
toxicología por la que la exposición en las cantidades legalmente
permitidas es segura para la salud, cae por su propio peso. ¿Qué sucede
entonces con los casos de personas que padecen el Síndrome
de Sensibilidad Química Múltiple (SQM)?
A estas se
les desencadenan sus síntomas al contacto con dosis muy muy bajas de
cualquier producto tóxico. Además, la constitución genética de las personas
y por tanto su capacidad de desintoxicación del organismo es muy diferente,
algo que no se tiene en cuenta al comprobar la “seguridad” de los citados
productos (cuando se comprueba, claro).
El mayor
peligro está durante el embarazo, aseguran los científicos que han
publicado el informe.
Comiendo
productos orgánicos durante el embarazo puede reducirse la exposición del feto
hasta en un 80%” (…)
Los niños de
todo el mundo estarán expuestos a ellas mientras perjudican de manera
silenciosa su inteligencia y alteran sus funciones cognitivas. Una barrera
para el éxito y los logros de toda una sociedad.
Creo que
esto nos ayuda a reflexionar sobre la necesidad de encaminarnos con urgencia
a una sociedad ecológica. Además podemos entender mejor qué está ocurriendo
con nuestra infancia, a la que se diagnostican cosas como hiperactividad
cuando en muchos casos puede que lo que estén esos niños es intoxicados (de
manera paradójica se suelen luego recetar medicamentos como el metilfenidato
que no es otra cosa que un potente tóxico).
Si estamos
intoxicados puede comprobarse con cierta facilidad (aunque los test no son
baratos) y también con cierta eficacia pueden llevarse a cabo tratamientos de
desintoxicación. Pero lo más importante es prevenir.
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Fuente:
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